domingo, 25 de junio de 2017

Serpiente traicionera. Reptas hacia mi y te enzarzas en una batalla que no es la mía en lo que dura un pestañeo.

Vendes paz y la das y gozas con hacerlo, pero luego cambian las tornas y lo llenas todo de veneno.

¿Por qué? No soy yo quien te ha hecho daño. No soy yo la que te ha cerrado las puertas de nada. No soy yo la culpable de tus estados de ánimo, y aún así, parece que es mi persona quien mete la pata siempre.

No tiene sentido. Contigo a veces nada lo tiene.

Y es cuando olvido tu mirada, tus labios, tu dulzura, y ya no queda nada. El amor se retrae y condensa para quedarse en un rincón por si esta vez se librara de ser atacado. Por si por un milagro este no resultara dañado.

En vano lo intento porque cada vez parece que me quieras menos, y luego parece que haya sido un simple olvido y vienes con una flor entre tus manos para enredarla en mis cabellos.

Y ese instante se llena de luz clara y suave, como si fuera un recuerdo en bucle y congelado.

Y cada vez se congela más.

Y cada vez me quiero un poco menos.

Y cada vez la vida se queda sin más sentido que el de caer hacia lo más profundo del subsuelo, para enterrarme y echar raices en otro tiempo.

Y quien creí que era un salvador, era un espejismo. Nacimos y morimos solos, al fin y al cabo.

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